El síndrome del «impostor». Cuando la mente decide que tener éxito, es también un problema

El fenómeno psicológico por el cual el individuo no se siente responsable o merecedor de sus logros, es más frecuente de lo que pensamos. ¿Quieres saber lo que subyace bajo este síndrome? Sigue leyendo que te lo contamos
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No no me he ganado mis logros, me han venido dados”, “Ha sido suerte, realmente no lo merezco”, “Quizá en algún momento se den cuenta de que, en realidad, soy mediocre, y entonces todo se irá al garete”…

El “síndrome del impostor”, también conocido como “fenómeno del impostor” o “síndrome del fraude”, se define como un fenómeno psicológico por el cual el individuo no se siente “responsable” o “merecedor” de sus logros, y teme perderlos por ser descubierto.

Neil Armstrong, Michele Obama, Howard Schultz, Sheryl Sandberg… Estos son sólo algunos ejemplos de personas que han padecido y reconocido este síndrome. Sin embargo, independientemente del status, parece que muy pocos están exentos: siete de cada diez directivos declaran haberlo padecido. Y, curiosamente, son personas de una valía incuestionable.

Muchos individuos que padecen este síndrome acaban boicoteando sus propósitos y objetivos sólo por el miedo a no ser lo suficientemente capaces de mantenerlos una vez logrados. La paradoja es que, en muchas ocasiones, acaban por crear inconscientemente aquello de lo que huyen.

¿En qué se apoya este sentimiento humano, tan ilusorio como desolador?

En mi opinión, la base está en la creencia, fuertemente arraigada en la mayoría, de que tenemos que ganarnos todo con esfuerzo, incluido nuestro Bienestar. “Estar bien” se torna un premio al sacrificio. Y no contamos con ninguna medida que indique cuando hemos acumulado los suficientes puntos.

Estamos constantemente comparándonos: con una imagen ilusoria de cómo son los demás, con un “yo ideal”, con una imagen también ilusoria de un “yo anterior”…

Pero nada de eso es real. Cualquier comparación resulta un sinsentido porque

a) ni los demás son “ideales” 

b) ni tú lo serás jamás.

Pretender estar “a la altura” de las expectativas de una mente errática, es tratar de deshumedecer agua. El “éxito” así entendido no es una meta, es una asíntota.

El diálogo interior con el que nos identificamos, basado en creencias tan falsas como limitantes, es el responsable de nuestro malestar profundo, y el auténtico Impostor.

Cuanto más alta sea para el Impostor la cima alcanzada, desde más altura teme caer.

La única forma de desenmascarar al Impostor es tomando consciencia de él, cuan si a un ladrón sigiloso se le apuntase con una linterna. La manera de impedir que nuestra mente boicotee nuestros propósitos es observando cómo actúa.

A través de la Meditación encendemos la linterna, nos damos cuenta de que una cosa es la realidad, y otra nuestras interpretaciones, muchas veces erróneas, sobre ella. Tomamos consciencia de esos pensamientos y del sistema de creencias del que parten. Y reconocemos la libertad de poder elegir.

Una vez descubiertas, podemos transformarlas a través de la reflexión e indagación: ¿Es cierta esta creencia? ¿Por qué creo que lo es? ¿Qué pruebas irrefutables tengo de ello? Si me planteo lo contrario, ¿podría ser igualmente cierto? ¿Cómo sería mi vida, como sería yo, qué haría si no fuera capaz de albergar esa creencia?

Si mantenemos una actitud honesta y abierta las respuestas llegan, sin más, y el Impostor se va disolviendo; porque lo que es cierto no necesita pruebas ni demostraciones, y lo que es falso no se sostiene ante el poder de tomar consciencia.

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