El protagonista del Mindfulness: el Observador

En esta ocasión queremos hablar del verdadero protagonista de todo: el Observador. Tú. El que está detrás de todas las experiencias cambiantes y transitorias. El que permanece. El que siempre Es
WhatsApp
Facebook
Twitter
LinkedIn
Email

En artículos anteriores hemos hablado sobre qué es y en que consiste la Meditación y el Mindfulness (Atención Plena), así como sus beneficios. Hemos visto también las actitudes transformadoras que debemos cultivar mientras transitamos este camino de autodescubrimiento, las “agujetas mentales” más comunes que suelen aparecer durante nuestras prácticas, el poder de observar las cosas como son para eliminar el sufrimiento, algunos trucos para dejar de preocuparnos, o cómo lidiar con las emociones difíciles.

Hoy quiero hablarte de el verdadero protagonista: El Observador (Tú).

El ser humano conoce el mundo a través de sus experiencias. No tiene otra forma de conocerlo ni de interactuar con él. Y estas experiencias pueden ser de cuatro tipos:

  • Imágenes
  • Emociones
  • Sensaciones (sonidos, tacto, olores, sabores… derivadas de los sentidos)
  • Pensamientos

¿Se te ocurre alguna otra experiencia? … No pienses más. No hay otra. Cualquier experiencia que puedas tener es una de estas o una combinación de ellas. Y, aparte de las experiencias, hay algo en ti que es consciente de ellas, que las experimenta. Tú no eres tus pensamientos, emociones, imágenes ni sensaciones. Esas experiencias son algo que te sucede a ti. Darnos cuenta de esto es muy interesante para nuestro propósito de vivir en plenitud.

A lo largo de nuestra vida, las experiencias se van sucediendo una tras otra: sensaciones de todo tipo; pensamientos, emociones, imágenes. Los pensamientos son la experiencia predominante (recuerda que tenemos una media de entre 60.000 y 80.000 pensamientos diarios). Y, como ya has podido observar en las meditaciones anteriores, todas las experiencias están íntimamente relacionadas: cualquier de ellas genera y alimenta a las demás.

Sin embargo, estas experiencias se caracterizan por su impermanencia ó constante cambio; se presentan, las vivimos, y se van. Ninguna se queda para siempre. “Buenas” o “malas” ninguna experiencia permanece.

Quiero contarte una fábula maravillosa de un rey que pidió a los súbditos más sabios e inteligentes de su reino que le grabaran en un anillo una frase milagrosa. Debía ser una frase que, sólo con leerla, pudiera ayudarle en los momentos más difíciles. Los sabios pasaron días y noches pensando en aquella frase … Uno de los retos era su longitud: debía de ser muy corta para inscribirse en el anillo y leerse con claridad. A ninguno se le ocurrió nada. Sin embargo, un anciano y fiel sirviente del rey se le acercó y le dijo; “yo no soy ningún sabio ni erudito, majestad. Pero conozco esa frase que está buscando”. El monarca supo enseguida que el fiel sirviente tenía la solución, y no dudó en dejarle su anillo para que la grabara. Y así lo hizo. Cuando le devolvió el anillo con la frase inscrita en su interior, le pidió que no lo leyera hasta que no tuviera que hacer frente a esa situación límite. El rey, que ya había visto en los ojos del anciano la verdadera sabiduría, confió.

Esa situación límite no tardó en llegar, ya que a los pocos días unos bárbaros atacaron su reino. El rey tuvo que huir junto con su guardia en la batalla y, en un momento de la huida, llegaron a un punto en el que el camino se terminaba, y lo único que encontraron era un precipicio que daba a un profundo valle. El monarca sintió el terror y el pánico invadir todo su cuerpo. Oía perfectamente el trote de los caballos enemigos perseguirles… En ese momento, se acordó de la frase que ocultaba el anillo, y decidió leerla. Se lo quitó de su dedo y miro en su interior: “Esto, también pasará”.

En ese momento un gran silencio, paz y quietud invadieron al monarca. Los ruidos de los caballos persiguiéndoles se dejaron de oír al cabo de unos minutos, seguramente porque les habrían perdido el rastro. El rey se sintió profundamente agradecido por aquellas palabras. Se colocó de nuevo el anillo en el dedo, reorganizó a sus tropas y recuperó su reino.

El rey se sentía pletórico, contento y orgulloso de sí mismo. Para celebrarlo, organizó un gran banquete, al que invitó a todos los habitantes del reino. Mientras disfrutaba de esos maravillosos momentos, se acordó de su fiel sirviente, y enseguida trató de localizarle para agradecerle tan sabias palabras y compartir con él su inmensa dicha. Cuando se encontraron, y ante su sorpresa, el anciano le dijo: “Majestad, creo que es el momento de que vuelva a leer la frase”.

El monarca se sintió confuso pues no se encontraba ante ninguna situación complicada. Al revés, estaba eufórico y alegre. Entonces, el sabio anciano le hizo ver que “esto también pasará” no se refería sólo a momentos de desesperación, sino también a aquellos de euforia y alegría. Esos momentos podemos disfrutarlos, pero sin apegarnos a ellos porque, como toda experiencia en la vida, también pasará. El monarca volvió a sentir la misma quietud, profunda paz y verdadera dicha que había vivido junto al precipicio, y que emanaban de algo mucho más profundo que la situación en la que se encontraba. Entonces el rey comprendió el auténtico significado de aquellas palabras: lo malo es tan transitorio como lo bueno. Hay momentos tristes y angustiosos y otros felices y alegres. Pero todos pasarán. Sin embargo, TÚ permaneces siempre.

Me parece que esta fábula ilustra maravillosamente bien esa temporalidad y cambio de las experiencias. Pero también refleja, de la misma manera, la permanencia e intemporalidad del Observador de éstas. Ese Observador (Tú), que es consciente de todas esas situaciones circunstanciales en las que puede hallarse temporalmente y de manera inevitable, y que siempre pasarán. Ese Observador que es capaz de darse cuenta tanto de la impermanencia de las experiencias, como de su habilidad para sentirse en paz, sereno y en calma sean cuales sean éstas. Porque acepta plenamente cada una de ellas como parte de su existencia, y se permite usar todo lo que surge para avanzar en su camino, fluyendo con la vida en paz y armonía.

La inercia de la mente a identificarse y aferrarse a las diferentes experiencias, hace que el Observador que todos llevamos dentro quede oculto. Entonces, en vez de darnos cuenta de que “este es un momento de tristeza, puedo vivirlo y pasará”, nos perdemos en estados de ánimo casi permanentes. Pero el Observador siempre está ahí, con su sabiduría y serenidad. Y es a darnos cuenta a lo que nos invitan las prácticas de meditación y atención plena.

Compartir
WhatsApp
Facebook
Twitter
LinkedIn
Email
Descubre más

Artículos de interés