Soy de las personas que creo que las cosas en la vida suceden para algo. La vida primero susurra, luego habla y, si no la escuchas, te grita.
Eso me ha pasado a mí este verano. Sabía que tenía que parar para centrarme un poco más en mí, aunque siempre lo postergaba. Me tropecé y me hice un esguince. Seguí con el mismo ritmo, aunque un poco más coja. Entonces tuve un accidente.
Una caída tonta… ¡aunque no he visto una caída lista en mi vida! Me caí sobre el lado derecho, quedándose inutilizado todo el movimiento, tanto en la mano, como en el pie.
Llevo casi tres meses y me ha dado tiempo a reflexionar.
La primera reflexión es la aceptación de lo que es porque, aunque me hubiera gustado que no hubiera pasado, la realidad es aplastante y el enfado solo me lleva a seguir dañando a mi hígado.
Después comprar cuarto y mitad de paciencia… a granel… pues la he necesitado y la sigo utilizando en cada momento, cuando me veo inútil o tengo que dejar de hacer cosas porque no soy capaz de realizarlas sola.
Sigo con la necesidad de vivirlo con buen humor porque, si no es así, se me hará mucho más larga la convalecencia.
Y, por último, que no menos importante, agradecer lo bueno de la caída. Por ejemplo, a nivel físico el que únicamente me he roto la mano y no ha habido necesidad de intervención quirúrgica. Además, es una suerte no haberme golpeado en la cabeza… A nivel mental, la posibilidad de dedicar tiempo para reflexionar sobre ésta y otras situaciones de mi vida. A nivel emocional sintiéndome querida y cuidada por las personas de mi vida, cada uno aportando como ha sabido, podido y entendido.
Soy una persona cuidadora. Me gusta dar. Me cuesta más recibir. Y sobre todo, pedir. ¡Otro gran aprendizaje! La ley del equilibrio. Day y recibir… Necesarias ambas para la armonía del alma.
También me he dado cuenta de la importancia de otras rutinas que implanté en mi vida desde hace unos años, como es la meditación.
El día de la caída, cuando me estaban colocando el radio correctamente para poner la escayola encima, me dijo la doctora: “Aguanta un poco, que es doloroso” y le pedí unos segundos para situarme, en estado de presencia, con una meditación. Al terminar de ponerme la escayola, la doctora me preguntó qué era lo que había hecho, pues no había tenido ni un rictus de dolor en la cara. Le dije “Es que hace años que practico el mindfulness y la meditación.» Miró a la enfermera y le dijo: “Pues esto tenemos que incluirlo en el protocolo, mas meditación y menos medicación.” Curioso.
Y tú ¿sacas algunos aprendizajes cuando las cosas no van como te gustaría?






