La envidia surge al pensar que otro tiene algo que tú quieres, y tiene como consecuencia un sentimiento negativo hacia esa persona. Puede llegar a ser tan destructiva que aquello que querías pase a segundo plano, y comience a ser más importante el deseo de que el otro fracase, aunque no seas consciente de ello. Y, ¿qué pasa cuando envidiamos a alguien querido?
Este sentimiento es tremendamente tóxico principalmente para el que envidia (pues muchas veces el envidiado ni siquiera sabe que lo es), aunque llevado al extremo ha provocado atentados contra personas o colectivos.
Lo que la hace tan peligrosa es que, como antes mencionamos, la persona llega a sacrificar sus propios deseos con tal de que el otro fracase. Lo que quieres no es subir, si no ver al otro caer.
Pese a ser contra-intuitivo, podemos llegar a envidiar a personas a las que queremos mucho. Eso acarrea, además, culpa: “¿no debería desearle lo mejor a esa persona? Si la quiero, ¿por qué la envidio?”. En realidad, todos estos pensamientos no son tan explícitos, sino que fluyen a un nivel más profundo y forman un ruido mental muy desagradable.
¿De dónde surge la envidia? ¿Cómo es posible que podamos llegar a desear más el mal ajeno que el bien propio?
La envidia surge del miedo, como cualquier sentimiento que no brote del amor. Al sentir envidia estamos presuponiendo muchas cosas: la primera de ellas es que lo que queremos no lo podemos conseguir. Si en el fondo supiéramos que está a nuestro alcance, entonces no tendría sentido envidiarlo. Y es por eso que sentimos cierto “odio” hacia quien lo tiene. Pero el odio nace del miedo, del miedo a no ser suficientes.
Nos sentimos inferiores a esa persona y queremos su destrucción para evitar la nuestra. ¿A qué me refiero con “evitar la nuestra”? Mientras que esa persona continúe con su éxito, existe una amenaza hacia nuestro ego o identidad: seguimos sintiéndonos inferiores y, por tanto, vulnerables.
Si nos parásemos un minuto a plantearnos esta cuestión, nos daríamos cuenta de hasta qué punto es absurda. Pero antes de pararnos a cuestionar, debemos reconocer esos pensamientos. Reconocerlos en nosotros mismos significa responder a la pregunta: ¿qué estoy pensando? (en el momento en que sintamos envidia).
Ahora ya sabes por qué tienes esos pensamientos, y también has de saber que puedes decidir si quieres o no continuar alimentándolos.
Muchos pueden hablar de “envidia sana”, pero esas dos palabras juntas no tienen mucho sentido, dado que la envidia nunca puede ser sana. Lo que sí es sano es la admiración.
Cuando admiras algo o a alguien, lo que haces es darle valor, mientras que la envidia se lo quita. La admiración te coloca en una postura abierta para poder aprender y crecer. Cuando admiras algo o a alguien, lo estás amando. Y es la única forma de evolucionar, porque la envidia nos cierra las puertas para conseguir lo que queremos. ¿El motivo? Cuando se actúa desde el miedo o desde el rechazo, es muy difícil que las decisiones que se tomen sean las adecuadas.
¿Cómo acabar con la envidia en un minuto?
- Para empezar, date cuenta de tus pensamientos cuando sientes envidia, reconócela en ellos. Puedes recordarte entonces lo tóxica que puede resultar para ti. Lo único que te está haciendo sentir inferior son tus propios pensamientos. ¿Por qué te sientes amenazado? ¿Te das cuenta de que el origen está en el miedo?
- La emoción de la envidia y los pensamientos envidiosos van de la mano y se retroalimentan. Sentimos envidia porque tenemos pensamientos envidiosos, y esa emoción trae consigo más pensamientos. No sabemos qué fue antes, si el huevo o la gallina, pero sí sabemos la forma de romper el ciclo: la forma de salir del bucle del miedo es dando paso al amor. Y el mejor catalizador del amor es la gratitud.
- Dedica unos minutos a dar las gracias por aquello que tienes. Siente una auténtica y profunda gratitud. Una vez ahí (no antes), agradece que la vida te haya puesto delante a una persona que puede mostrarte el camino hacia lo que deseas. Da las gracias porque tienes la oportunidad evolucionar, y de renunciar una vez más al miedo.
- ¿Quieres ir un paso más allá y permitir que este estado sea tu estado natural? ¿Un estado libre de miedo y lleno de gratitud? Sólo con unos minutos al día de Meditación Metta, es posible. Poco a poco te vas alejando del miedo y de esos pensamientos que te generan malestar, para acercarte a la confianza, a la paz y a la felicidad.
Porque recuerda: el odio no es la causa, sino el miedo. Si quieres acabar con él, sólo puedes echar mano de tu arma secreta, una mucho más poderosa: tu capacidad de amar.