Tomar una decisión implica cerrar un capítulo, y dar comienzo al siguiente. Implica sembrar, para recoger un resultado incierto. Pero sobre todo, tomar una decisión significa dejar de ocupar tiempo mental con dicho asunto, dándole vueltas una y otra vez.
Sin embargo, se da por supuesto que tomar una decisión implica hacer algo, actuar. Y esto, no tiene por qué ser así. Bien porque en este momento no puedes hacer nada, bien porque no es necesario.
Tenemos la creencia de que sin acción no hay reacción y, por ende, no hay resultado ni consecuencia. Sin embargo, nos sorprenderían los cambios que se pueden producir fuera, simplemente sembrando una intención.
¿Eso quiere decir que, necesariamente, cuando tomamos una decisión interna no hacemos nada más? Por supuesto que no. Seguirás tomando decisiones, pero esas decisiones se guiarán por un propósito profundo internamente establecido, aunque aparentemente la relación no sea visible.
Tomar una decisión interna implica tener una intención firme, por y para ti. Decidir no malgastar tiempo en darle vueltas a esa situación tan irritante una y otra vez, no implica hacer nada de cara a fuera, pero puede ejercer un gran impacto en tu mundo. Yo no soy yo y mis circunstancias, porque mis circunstancias se crean y se transforman dentro.
La única forma de comprobar que esto es cierto es experimentándolo.
¿Cómo tomar decisiones internas?
1. ¿Qué te inquieta? ¿Qué sientes que tienes “pendiente”?
Quizá sepas acerca de qué quieres tomar la decisión, o quizá puedas indagar en ello haciendo un simple ejercicio de autobservación. Observa las reacciones que hay en tu cuerpo y en tu mente cuando traes situaciones al presente.
Un buen ejercicio consiste en observar tu vela interior. Imagina que se encuentra por la zona del torso y, cuando traigas esa situación de nuevo a tu mente, observa si esa vela se mueve con si la soplasen o si permanece quieta y serena. Quizá hace poco tuvieses una discusión que piensas haber “superado” pero, al traerla de nuevo al presente, notas cómo la vela se agita. Eso podría mostrarte que todavía quedan resquicios de dolor en forma de resentimiento, culpabilidad o disgusto.
2. Toma unas respiraciones y conecta contigo
Respirar de forma consciente es un vehículo directo hacia el Ahora. No es posible respirar en el pasado o en el futuro y, cuando llevas tu atención ahí, la llevas inevitablemente al momento presente. Lo único que puede sacarte de tu respiración, de este momento, es alguna experiencia intrusiva (pensamientos, sensaciones…), que te lleve de nuevo a cualquier otro sitio fuera del Ahora. Si tu atención se dispersa, vuelve una y otra vez a conectar con tu presencia.
Haz esto durante algunos minutos, hasta que sientas que has conectado con el momento. Desde la quietud del Ahora nace la sabiduría y la inteligencia para tomar las mejores decisiones. Si tu mente te dice lo contrario, que dándole vueltas a aquello que sucedió hace un par de días o previendo lo que sucederá el mes que viene, es cuando tendrás toda la información para actuar de la forma “correcta”, piensa que eso ya lo has probado, y no parece funcionar. Procura experimentar el poder de estar presente con la mayor apertura e ingenuidad que te sea posible.
3. Desde ahí, toma una decisión consciente
Permítete hacer un pequeño viaje por esa situación inquietante y cierra el capítulo. Si has logrado el estado objetivo del paso anterior, esto no te resultará muy difícil. La decisión estará tomada. Si tu mente vuelve a divagar en las situaciones pasadas y futuras, repite el paso 2.
Perdonar, amar, recoger la lección que venía implícita en la situación, son algunas decisiones fruto te este paso.
4. Desapégate y olvídate
Ya has tomado una decisión. Si lo consideras conveniente, actúa, aunque probablemente ya no haya nada pendiente. Y desapégate de futuras consecuencias.
Ahora puedes sentir la liberación de la decisión con o sin acción, y empezar a invertir tu tiempo en lo que tienes delante ahora.
Has tomado una decisión por y para ti. Confía y observa.