La naturaleza, con su infinita sabiduría, pone a nuestra disposición maravillosos y eficaces mecanismos que nos ayudan a detectar aquellos aspectos o situaciones que debemos atender para poder continuar llevando una vida plena y satisfactoria.
Las emociones son uno de esos mecanismos. Si nuestro cuerpo fuera un vehículo, podríamos compararlas con las luces “testigo” del salpicadero, que simplemente se encienden para indicarnos que debemos atender algo. Sin embargo, nuestra forma de vida acelerada, reactiva y automatizada las ha relegado, y la falta de atención en el momento que surgen, transforma esa maravillosa señal en sufrimiento, incapacidad, resentimiento, culpa, frustración, …
Somos capaces de atender raudos y veloces esos mails, WhatsApp, mensajes de Facebook, …que entran a todas horas en nuestros dispositivos, pero pasamos por alto atendernos cuando nuestro cuerpo nos envía una señal de alerta.
¿Qué es una emoción?
La emoción, que es una reacción del cuerpo a la mente ante una situación, tiene una duración de 90 segundos, según diversos estudios científicos. También es interesante descubrir que, en sí mismas, son neutras, sólo son un indicador. Lo que las convierte en sentimientos positivos o negativos son los pensamientos que aparecen en torno a ellas.
¿Qué provoca que un momento natural de enfado, miedo, tristeza, … se alargue en el tiempo? La respuesta es sencilla: ¡No las atendemos! La falta de atención en el momento en que aparecen, permite que los pensamientos en torno a ellas entren en un ciclo de retroalimentación del que la mayoría de las veces resulta muy difícil salir. De este modo, llegan a convertirse en una carga emocional o un estado de ánimo permanente.
Solemos discriminar las emociones por agradables o desagradables en función de si lo que pretenden alertar está relacionado con algo que “no va bien” o si por el contrario se trata de algo motivador y positivo. Aunque toda emoción merece ser atendida (por ejemplo, una alegría puede dar lugar a una falsa sensación de euforia), estaremos de acuerdo en que son las emociones que etiquetamos como desagradables con las que más difícil nos resulta lidiar: miedo, ira, asco y tristeza.
¿Cómo atenderlas?
Lo que quiero proponerte es un método sencillo y transformador, basado en la atención plena. Podrás comprobar su eficacia por ti mismo con la práctica meditativa que te proponemos. Atender de esta manera especial las emociones evita que nos secuestren, y nos permite el espacio necesario para ver con claridad la situación. Desde ahí, podremos responder a lo que requiera el momento, si procede, en vez de reaccionar.
Además, evitamos que la emoción se quede acumulada en la “mochila” distorsionando las experiencias que tengamos en el futuro.
Este método, de una forma simplificada, consiste en reconocer, permitir y dejar ir. Con la práctica te darás cuenta de que estos pasos se suceden de forma natural y espontánea.
1. Reconocer
Cuando te enfrentes a una situación emocional difícil lo primero es reconocerla, darte cuenta de que está ahí. Dado que la mente es muy cambiante y esquiva, una manera sencilla de hacerlo es a través de la sensación o sensaciones que produce en tu cuerpo: tal vez un nudo en el estómago, en la garganta, en el pecho, la tensión de alguna zona de tu cuerpo como el cuello, la espalda, las manos, sudoración, tiritona… No pienses en la sensación. No la juzgues como agradable o desagradable. Tan sólo toma consciencia de ella, reconociéndola en el lugar concreto de tu cuerpo donde la percibes.
2. Permitir
Lleva la atención hacia esa sensación física con curiosidad. Puedes acercarte a ella despacio, poco a poco, hasta llegar a sentirla plenamente. Observa cómo de intensa es, si cambia, se debilita o si se extiende a alguna otra parte de tu cuerpo y, si es así, lleva también tu atención ahí. Deja que sea como es. Céntrate en ella/ellas de manera tranquila y serena. Sin juzgarla ni etiquetarla. Simplemente notando esa sensación. Si adviertes que estás juzgándola, no pasa nada. Simplemente date cuenta con amabilidad de que lo estás haciendo, y vuelve a observar la sensación tal cual es de nuevo.
Aceptar las emociones de forma consciente implica, no sólo abrir nuestras puertas de par en par para que entren hasta la cocina, sino también ejercer de maravillosos anfitriones, dejando que campen a sus anchas, dándoles su espacio. Evita las quejas y las suposiciones y simplemente acepta a esa emoción, a través de la sensación en tu cuerpo, tal cual se presente. Una emoción observada es una experiencia más de vida, no es ningún “problema”; mientras que una emoción no observada puede llegar a ser un huracán devastador.
3. Dejar ir
Te darás cuenta de que reconocer, sentir sin limitaciones y aceptar esas emociones tal cual se presentan, hace que se disuelvan y puedas dejarlas ir. Recuerda que la naturaleza de toda experiencia es su impermanencia. Lo que queda en su lugar es la sensación de una paz profunda, y tu capacidad de responder conscientemente a la situación, si es que procede una respuesta.
Cuerpo y mente están íntimamente relacionados de manera bidireccional. Ambos se retroalimentan. Al tomar consciencia plena de esas emociones, evitamos entrar en el bucle de sufrimiento, angustia, frustración…del que hablábamos antes, y del que resulta difícil salir.
“No somos responsables de las emociones, pero si de lo que hacemos con ellas”.
Jorge Bucay
Practica con confianza. En realidad, sólo se trata de observar lo que ya está ahí y evitar que alcance dimensiones incontrolables. Puedes empezar con pequeñas cosas, practicando con amabilidad hasta que le pierdas el miedo a sentir cualquier emoción, incluido el miedo.