Como casi todo el mundo, en mi vida he experimentado varias heridas importantes por diferentes causas. No todas son igual de profundas. Algunas son leves, otras se infectan complicándose, y ninguna tarda el mismo tiempo en curarse.
Además, aunque la herida haya sanado, la cicatriz perdura y hay veces que se queda fija toda la vida, para recordarme por dónde no debo ir.
A lo largo de mi existencia conservo varias señales. De unas no soy capaz de recordar cómo me las hice y, sin embargo, otras las tengo en alta estima porque conseguí aprender el porqué de su llegada a mi vida.
Todas me recuerdan a ese arte japonés, Kintsugi, en el que, cuando se rompe un objeto querido, se une poniendo oro en la zona resquebrajada, para dar valor a ese aprendizaje y, de este modo, hacer una pieza con más valor que el que tenía, transformándolo en un objeto más bello que el original.
Me gusta verlo así, ya que siento que la moraleja de la vida siempre es aprender y seguir avanzando. Por eso agradezco todas las situaciones que me han ayudado a convertirme en una mejor persona.
Y tú ¿utilizas el Kintsugi en tu vida?