Este año, por circunstancias personales, la Navidad ha entrado en mi casa antes de tiempo y, cada vez que abro la puerta de la calle o estoy en el salón, me inunda una sensación de alegría y bienestar, pues ya tengo toda la casa engalanada como corresponde a estas fiestas.
Se dice que lo que está dentro influye a lo que está fuera y viceversa.
Ver mi hogar vestido de navidad me lleva, en mi interior, a recobrar esa sensación mágica de cuando era niña, de cuando disfrutaba de todo con curiosidad y me encantaba aprender cosas nuevas.
En este momento de la vida, mi otoño, sigo siendo curiosa ante cualquier aprendizaje y, al mismo tiempo, se suma mi intención de desaprender todo aquello que no me suma, diría más acertadamente que me resta, divide o fracciona incluso… Lo que no me hacen estar en paz.
Desaprender todo lo que no esté unido a mi intuición, a la sensación de bienestar.
También siento un profundo agradecimiento por todo lo que la vida me trae a borbotones: tiempo en familia, disfrutar de viajes en buena compañía, reuniones para celebrar con gente querida, nuevos retos, nuevas ilusiones…
Este año me ha traído tanto alegrías como sinsabores. Aquello qué he podido disfrutar lo he paladeado. Los disgustos, simplemente, los he aceptado y vivido con la mejor actitud posible, intentando descubrir el para qué esa experiencia se ha colado en mi existencia.
En estas fiestas, como a casi todas las personas, se desempolvan viejos recuerdos. Añoranzas de momentos dulces, que se entremezclan con otros nostálgicos al no poder abrazar a los que están en otro plano, aunque en mi corazón está tan presentes, o más, que cuando los tenía más cerca físicamente.
Por eso ahora procuro disfrutar a tope de lo que sí está. Y estar aquí y ahora.
A todos os deseo paz en el corazón, alegría en el alma y el anhelo de vivir el año próximo con consciencia.
Un abrazo de luz para todos y cada uno de vosotros.
Y tú… ¿disfrutas de estas fiestas?