Desde hace poco tiempo, o mucho según se mire, en mi familia tenemos un angelito en el cielo. Después de este tiempo tan duro, difícil y triste por la despedida a mi nieto Roi, ha comenzado mi duelo y, al mismo tiempo, la etapa de superación, que no de olvido, de esta terrible situación.
La vida hay que vivirla con las piedras que cada uno tenemos en la mochila y lidiarla como cada uno pueda. Nadie lo puede hacer por ti. Es un aprendizaje personal.
Yo aún no sé cómo lo haré, aunque mi intención es ir poco a poco recobrando la normalidad que, posiblemente, sea diferente a la que tenía antes de esta tristísima vivencia.
Además, como no puede ser de otra manera, no sólo por lo que yo siento como abuela, sino por el sentimiento de mis hijos que han perdido mucho más a una edad muy temprana. En lo que pueda, mi prioridad será seguir dando soporte y apoyo en su duelo a mis hijos, desde el lugar y la forma que me indiquen, teniendo como base el amor, la empatía y, también, el respeto a la evolución y manifestación de cada uno de ellos.
Voy a un camino conocido y pedregoso. Lo he vivido muchas veces, más de las que me hubiera gustado y, aunque lo recuerdo vagamente por mis intentos de olvidar el dolor, lo empiezo a reconocer según lo transito.
Como en el Camino, será paso a paso, habrá días de sol o lluvia, de temperaturas extremas, con barro, agua… qué podré rodear, pasar de puntillas o tendré que revivirlas chapoteando.
Y sé que, al final, conseguiré recordarlo con serenidad.
Como decía mi madre… ¡Esto también pasará!
Me doy cuenta de la importancia de respetar los silencios, los tiempos, el dolor y la expresión del sufrimiento… así como agradecer el que mi gente haya estado ahí en la forma que cada uno haya considerado o podido, según sus circunstancias y la relación que mantenemos.
Os envío un gran abrazo de corazón a corazón
