El otro día en una reunión con amigas hablando sobre las vacaciones, surgió un tema interesante sobre los viajes que íbamos a hacer en Semana Santa. Unas tenían muy claro que su propósito era llegar al destino y que el trayecto lo iban a hacer de la forma más rápida: en tren, avión o coche. Otras, sin embargo, organizaban un viaje turístico, recorriendo varias zonas pues, aunque tuvieran un lugar concreto al que llegar, querían disfrutar del itinerario.
Llegamos a la conclusión de que no es ni mejor ni peor, simplemente es una elección.
Esto nos llevó a una comparativa con la vida. Hay quienes se la plantean como un trayecto en el que llegar a destinos concretos y todas sus miras están en lo que harán, como será, que visitarán, con quién se encontrarán etc. cuando se consiga el objetivo.
Otras quieren disfrutar del momento.
También comentamos que en muchas ocasiones estas preferencias dependían de la etapa de la vida en la que nos encontrábamos ya que no es lo mismo cuando estás iniciándola, en la adolescencia, primer trabajo…que cuando ya tienes una vida más “consolidada” o estás a las puertas de la jubilación.
En este momento, que pretendo vivir el presente como surja, yo prefiero transitar mis experiencias en la vida como un camino, sabiendo dónde voy, disfrutando de lo que acontece, paseando, parándome cuando algo me llama la atención, charlando con unos y otros, encontrando momentos de silencio… Es decir, sabiendo dónde quiero llegar y, al mismo tiempo, tomándomelo con calma y aprovechando cada instante.
Y tú ¿en qué etapa te encuentras: avistando el destino o disfrutando del camino?