Llevo unos días haciendo limpieza de mi despacho. Estos últimos meses han sido tan intensos que, más que un lugar de trabajo parecía un trastero.
Después de medio organizar la ubicación de los muebles y sacar todos al pasillo para ver cómo lo volvía a colocar, mi hija llegó para revisar lo que había dentro de un armario, que estaba sin abrir desde que se fue de casa, hace unos diez años.
La mañana se nos pasó rápidamente entre comentarios, risas y nostalgia mientras lo vaciábamos. Aparecieron un sinfín de objetos, cartas, incluso algún que otro billete escondido en el fondo de bolsos obsoletos.
Algunos de los recuerdos han sido rescatados, aunque la mayor parte ha ido a pagar a la basura.
Las dos comentamos que, en general, guardamos por si acaso; porque me lo voy a volver a poner cuando adelgace o engorde, por si vuelve esa moda, por la ilusión de recordar la etapa a que corresponde, por la nostalgia de que quien me lo regaló ya no está en la actualidad y es como retener parte de su esencia…
Al final, cuando somos capaces de dedicar un tiempo a poner orden y tiramos esas cosas que pesan y que ocupan, la sensación que queda, a pesar del cansancio, es de bienestar. Es un sentimiento de paz al ver el espacio vacío que se llenará, o no, con cosas nuevas o que se usen.
Y se hace realidad una frase que me encanta: «menos es más»
Curiosamente me suele ocurrir cuando ordeno algo fuera que, de alguna manera, se organiza algún entresijo pendiente dentro de mí. Es como si limpiando fuera se realizara a la par una barrida en mi interior.
La verdad es que me da mucha pereza cuando tengo que arreglar algún caos en mi vida, tanto fuera como dentro y, al mismo tiempo, me encanta el rastro de libertad cuando decido lo que quiero que se quede ahora y lo que ya no me sirve.
Sacarlo de mi armario o de mi vida me proporciona bienestar.
Y tú ¿hace mucho que no haces limpieza?